Milei asume que el Cepo es muy pernicioso. Asume, también, que la figura legal del femicidio (penalización agravada) es perniciosa (no importa aquí mi discrepancia). En cuanto al cepo, es prudente: se preocupa por las consecuencias de su eliminación, y la posterga. En cuanto a la figura legal, es temerario: anuncia su deseo acabar con ella, desentendiéndose de las consecuencias de inquietud, angustia y dolor que eso podría tener en el seno de muchas familias.
Milei entiende qué son, en economía, las señales y las expectativas; no entiende, o no le importa, qué significan señales y expectativas (más aún: ¡emitidas y generadas por presidentes de la nación!) en los vínculos entre hombres y mujeres. Si en Argentina, como en todo el mundo, hay lobos sueltos, pues, ya no precisarían preocuparse tanto. No teme instalar el miedo en el seno familiar.
Por desgracia para los argentinos vientos huracanados vuelven a caer sobre nuestras cabezas: la demonización del wokismo y la emergencia de la batalla cultural. El mal viento woke nació a fines de los 80 y pareció convertirse en un huracán de oportunismo, atropellos y dislates. Pero ha sonado la hora de la venganza y está siendo manipulado como “hombre de paja” por corrientes políticas que, paradójicamente, quieren imitarlo. Pero de un modo más virulento y amenazador.
Hay una cierta ceguera, muy cómoda y complaciente, frente a la que, por fortuna, la marcha del sábado 1° de febrero fue una nota disonante. La utilización desenfrenada de este nuevo “hombre de paja” por la derecha radical.
Hay pensadores que desmenuzan y trituran al wokismo por muy buenas razones. Sin embargo, no ven que un nuevo “moralismo agresivamente exhibicionista”, un nuevo y funesto brote de ánimo vigilante y punitivo, se ha hecho dueño del campo.
Es la “batalla cultural” que hace de la incorrección política su bandera (“¿ustedes creen que la igualdad ante la ley es corrección? Lo que necesitamos es desigualdad; la desigualdad de la fuerza y del dinero mandan”. “¿Creen en el garantismo? “Necesitamos la represión ‘a lo Bukele’”. “No somos libertarados”).
Siempre consideré que el wokismo se edificaba, aunque pésimamente mal, sobre valores universales. El woke era deleznable porque arruinaba cosas apreciables, como la superación del racismo (con las cuotas o cupos), la igualdad de género (con la concepción queer o con la cancelación).
La actual batalla cultural se erige sobre bases más alevosas. Habla de libertad, pero se refiere a la libertad del mercado en su forma más crasa, liberado para producir desigualdad exponencial, y a santificar concentraciones monopólicas. ¿Inclusión? Sí, de ultra – millonarios en el gabinete del presidente, que ponen la libertad de los poderosos y los gobernantes por encima de la ley cuando hace falta.
La batalla cultural tiene todos los mecanismos de la “corrección política” que desembocaron en el woke. La ultraderecha cultural no ha aprendido absolutamente nada de Gramsci, convertido en un santón; ha aprendido las técnicas de producción política del wokismo. Incluyendo la formación acumulativa de tornados de indignación en las redes sociales.
Creo que la gigantesca ola mundial de derecha cultural que aún no ha alcanzado su cresta, equivale a una nueva religión equiparable con la (in)cultura woke. Claro, debemos reconocer que la nueva derecha radical también, como el wokismo, arruina valores estimables, como el mercado, la defensa de la propiedad, inclusive saludables principios conservadores (no reaccionarios).
Pero la (in)corrección política en su nueva versión es mucho más peligrosa que el wokismo porque lejos de enseñorearse apenas en los bastiones universitarios y las redes sociales, está dominando dimensiones cada vez mayores del poder, y lo hace con una determinación más intensa (¡y sí reaccionaria!).
Es desconcertante que se comparen las dos olas woke experimentadas en el mundo, con la Revolución Cultural china. Sería como equiparar la expulsión de Ramiro Marra de LLA con la Noche de los cuchillos largos (Alemania 1934).
En cambio, la presente “batalla cultural” se convoca desde el poder, como lo fue la Revolución Cultural, de ahí su letalidad. Para el wokismo, había y hay herejes. ¡Por supuesto! El problema es que socialistas, keynesianos, garantistas, persuadidos de que los mercados tienen fallas, inclinados a limitar el poder y sostener la división de poderes, a valorar la justicia social, el feminismo, el progresismo, la despenalización del aborto, la educación sexual integral, ya estamos pasando a ser los herejes para Trump, Milei y muchos prosélitos exaltados. El wokismo puede convertirse en un mal recuerdo mientras que todos esos herejes, si no reaccionamos, quedaremos arrinconados por la batalla cultural. Tener en casa un macho pegador y en la Rosada un presidente legitimador de desigualdades es lo que las mujeres, los hijos y los propios hombres, menos necesitan. Que la batalla cultural sea de un solo lado; no precisamos embarcarnos en ella para contrarrestarla, precisamos ciudadanía activa y energía cívica.
publicado en Clarín, 9/2/2025
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