En estos tiempos convulsionados, donde las acciones y omisiones del gobierno de Javier Milei nos sacuden, es momento de mirarnos al espejo y preguntarnos: ¿dónde quedó nuestro fervor republicano? Esa sacudida no es solo política; es moral. Nos enfrenta a una disyuntiva peligrosa: ¿claudicamos nuestras convicciones republicanas y permitimos avanzar sobre las instituciones democráticas con la excusa de una supuesta mejora económica? ¿Resignamos derechos conquistados por el espejismo de un alivio en el bolsillo?
Esta ecuación ya la vivimos en el pasado, y sabemos que nunca funcionó. Para un republicano, el respeto irrestricto a las instituciones y la buena administración de los recursos deben ir siempre de la mano. Nunca uno debe priorizarse sobre el otro.
Hoy, muchos que se autoproclamaban defensores de la república han guardado un silencio ensordecedor ante medidas que erosionan los cimientos de nuestra democracia. ¿Dónde están aquellos que antes ondeaban las banderas de la justicia y la igualdad? ¿Por qué ahora bajan la mirada cuando el gobierno insiste en nombrar a Ariel Lijo en la Corte Suprema? Aunque su designación aún depende del Senado en las sesiones extraordinarias, su postulación plantea serios interrogantes sobre la independencia judicial. ¿Dónde están los que marcharon por una justicia independiente, pero callan frente al uso del Congreso como una escribanía para imponer leyes que concentran el poder, tal como lo vimos en épocas oscuras con los jueces de la servilleta de Menem y el «Robo para la corona»?
Mientras tanto, el régimen de privilegios en Tierra del Fuego, que beneficia directamente a empresarios amigos del gobierno como la familia del ministro de Economía, «Toto» Caputo, continúa intacto. Empresas cercanas a su círculo reciben beneficios impositivos que perpetúan su rentabilidad, mientras que los jubilados, a quienes sí se les recortan sus haberes y acceso a medicamentos, ven cómo su dignidad es sacrificada sin contemplaciones. ¿Dónde están los republicanos que combatieron los privilegios de Lázaro Báez en el pasado? Hoy, guardan silencio frente a estas prácticas que desnudan un doble estándar moral.
El presidente Milei, con su retórica incendiaria, defiende gestos polémicos y lanza amenazas contra quienes piensan diferente. Sus militantes, inspirados en modelos autoritarios como el de Bukele o Viktor Orbán, avanzan hacia un esquema autocrático mientras los autodenominados republicanos miran para otro lado, soñando tal vez con un lugar en las listas oficialistas. ¿Es este el precio que pagaremos? ¿El silencio a cambio de un puesto?
Recuerdo cuando, con un grupo de republicanos, nos organizamos en contra de la Ley de Medios K que buscaba silenciar voces críticas e instalar una sola voz, la oficial, y creamos la organización ciudadana «Argentina Sin Mordaza». Marchamos, debatimos y resistimos, defendiendo la libertad de expresión con todas nuestras fuerzas. Hoy, sin embargo, no puedo dejar de notar el silencio de muchos de aquellos compañeros de lucha, que ahora miran hacia otro lado mientras Milei ataca a la prensa independiente y descalifica a los pocos medios que mantienen una mirada crítica. ¿Es que acaso los republicanos han renunciado a su esencia en pos de sobrevivir políticamente?
En lo personal, defiendo la vida desde su concepción, pero mi convicción republicana me impide imponer mis creencias por la fuerza o avanzar sobre otro poder del Estado. Las conquistas republicanas se alcanzan debatiendo con quienes piensan diferente, no anulando o destruyendo al opositor. Sin embargo, algunos libertarios parecen preferir la imposición autoritaria antes que el diálogo.
¿Y los pañuelos verdes? Aquellos que lucharon con pasión por las leyes de género y los derechos de la comunidad LGBTQ+ hoy callan, traicionando sus propias convicciones. ¿Seguirán marchando en las movilizaciones del orgullo sin explicar su silencio?
Finalmente, no podemos obviar el cinismo de aquellos que enfrentaron al kirchnerismo cacerola en mano, pero hoy miran hacia otro lado mientras Daniel Scioli y otros kirchneristas convertidos en «libertarios» ocupan cargos estratégicos en el gobierno de Milei. O cuando aceptan sin cuestionar a figuras como Cúneo Libarona, quien aún sostiene que Nisman se suicidó.
Y luego está la reivindicación de Carlos Menem como «el mejor presidente de los últimos 40 años». Durante su gestión, se logró una década de aparente estabilidad económica gracias a la convertibilidad, pero ese modelo resultó ser una bomba de tiempo. El país terminó sumido en una crisis hiperinflacionaria, con endeudamiento insostenible y un sistema productivo desmantelado. Las explosiones en Río Tercero, el tráfico de armas y el indulto a genocidas fueron solo algunos ejemplos del desdén menemista por lo institucional. Hoy, ver a Milei glorificar ese período es una afrenta a los valores republicanos que tanto defendimos.
Ser republicano no es solo un título; es un compromiso inquebrantable. Es alzar la voz cuando las instituciones son vulneradas, cuando las decisiones gubernamentales afectan a los más vulnerables, cuando la democracia se ve amenazada.
Es hora de unirnos, republicanos. Es hora de desempolvar nuestras banderas y recordar que la república no es un ideal abstracto, sino un contrato social que debemos proteger. No podemos permitir que el miedo, la conveniencia o la apatía nos conviertan en cómplices silenciosos de un retroceso que nos costará generaciones. La historia nos observa. No bajemos los brazos ni callemos nuestras convicciones. Porque en el silencio también se pierde la democracia. Es ahora, o será nunca.
publicado en Notiar, 26/1/2025
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