“Si en un corso a contramano
Un grupí trampeó a Jesús
No te fíes ni de tu hermano
Se te cuelgan de la cruz”
“Desencuentro”, tango de Aníbal Troilo y Cátulo Castillo
Hace unos años circuló un cuento que desconcierta a quienes lo leen y guarda muchas enseñanzas. Transcurre con lentitud un día tranquilo en una pequeña ciudad del centro productivo argentino, que va de la cordillera de los Andes al Río de la Plata. No hay nadie en la calle. Atardece y algo está por suceder pero se dilata y no acontece. Es verano y hace calor. Las chicharras suenan. Como siempre, son tiempos difíciles. Los habitantes del pueblo están endeudados y viven del crédito. Nada nuevo para ellos. Un extraño transita por las calles en un auto alquilado. Quizás sea extranjero. Se detiene en uno de los dos hoteles. Entra y pone un billete de 100 dólares al lado del timbre de la recepción. El distraído conserje lo mira con sorpresa. Pide ver las habitaciones. Busca alojamiento por una noche. El empleado toma un manojo de llaves y le hace señas que lo acompañe. Apenas se van, el dueño del hotel toma el billete. Ha seguido la situación desde su oficina sin que el visitante pudiera percibirlo. Corre por una vereda despareja y paga con el billete su deuda al carnicero de la esquina. El carnicero aprieta los 100 dólares, cierra su local, y vuela a honrar su deuda con el criador de cerdos. El sorprendido criador se marcha de inmediato y cancela la factura que tiene con su proveedor, la Cooperativa. El gerente recibe el pago y guarda en su bolsillo los 100 dólares. Sale por la puerta de atrás, toma su auto y maneja hasta encontrar en una esquina apartada a la prostituta del pueblo. Los tiempos para ella también han sido malos y además de dar sus servicios fiados ha dejado impaga la cuenta del hotel donde atiende a sus clientes. La prostituta corre, llega agitada, y paga la cuenta de su habitación al dueño del hotel. Apenas ella se va, el hombre deposita con gesto distraído los 100 dólares en el mostrador. En ese momento, el viajero baja las escaleras, y argumenta que las habitaciones no lo convencen. Recoge el billete y se marcha.
Ninguno de los habitantes del pueblo ha producido nada. Ninguno ha ganado nada. Sin embargo, ahora toda la ciudad está libre de deudas y mira el futuro con optimismo. Algunos analistas aseguran que la mera circulación del dinero permite salir de la crisis. Incluso los hay que comprueban en esta narración el cumplimiento de la utopía keynesiana. Como Amylkar Acosta que ha sido ministro en su país y es miembro de la Academia Colombiana de Ciencias Económicas. https://lalineadelmedio.com/ladeudadelaprostituta-moralejakeynesiana/ Llega a asegurar: “La moraleja de esta metáfora es que, si el dinero circula de mano en mano, sirviendo incluso para saldar favores sexuales con una prostituta, contribuye a salir de la crisis de demanda en el mercado, estimulándola con la irrigación de liquidez y crédito, dándole así un estacazo a la economía, contribuyendo de paso a la generación de empleo e ingreso a partir de ese impulso inicial. Ésta es una versión que se asemeja mucho, aunque es menos sofisticada que el ejemplo que puso Keynes para ilustrar su teoría que ha servido de fundamento a las políticas contracíclicas, ya sea para conjurar la recesión o para salir de ella, estimulando la demanda mediante la generación de empleo y las transferencias monetarias a los más vulnerables. Como lo dijo él, refiriéndose a la gran crisis de los años 30 del siglo pasado, ‘era mejor hacer un pozo y volverlo a tapar que tener gente desocupada’. Y no era para menos, pues al promoverse y ejecutarse obras públicas por parte del Estado se genera empleo, ingreso, capacidad adquisitiva, capacidad de compra y de esta manera, como lo planteó Keynes, se activaba el multiplicador de la inversión productiva, estimulando el crecimiento del PBI. De allí se sigue, como corolario, la importancia de la intervención del Estado en la economía, sobre todo en momentos en los que la economía entra en recesión, en procura de aminorar su contracción e impulsar su recuperación y su reactivación.”
Esta es la concepción populista que ha imperado en la Argentina y buena parte del continente por décadas y a la que Javier Milei atribuye la decadencia nacional. Esa es la concepción que, después de haber sido apuntalada y votada durante años, hoy ha sido puesta en cuestión. En eso está la Argentina, en medio de un clima tan nuevo que se hace difícil asimilarlo para muchos.
El cuento relatado es atractivo a los argentinos y otros populistas porque la sociedad está acostumbrada a no producir lo suficiente, gastar más de lo que produce, endeudarse, no pagar y recurrir a artilugios para liberarse de las deudas. De allí la venta de las joyas de la abuela como modo de financiar o la emisión de billetes que genera inflación, como ya se ha visto, para seguir adelante gastando más de lo que ingresa por la escasa productividad. Una sociedad capitalista que gasta más energía en combatir el capitalismo que en ejercerlo. Y así le va.
El relato de la prostituta reproduce un momento inolvidable del capítulo “Triple confusión” de “Los tres chiflados” de 1957. Aparecen Moe, Larry y Joe. Con un solo billete que van pasándose saldan deudas que tienen entre sí. Arriban al mismo final, nadie ha ganado nada, pero el remate del gag cambia: los tres se miran perplejos y desconfiados. La situación sucede en Estados Unidos, una sociedad capitalista que actúa con criterios de capitalismo. Cuando no hay producción de riquezas afloran dudas, no optimismo, como en el cuento.
Queda para el final la resolución del enigma de cómo se pagan las deudas sin dinero. Una primera reflexión es que el relato está armado evidentemente con la lógica de los ilusionistas, de esos embaucadores de plaza de los tres cubiletes y la pelotita roja, llamados popularmente tapiteros. El secreto está en atraer la atención del observador en una dirección equivocada y desviársela de lo importante. En la Argentina esta ha sido la misión de las corporaciones, ayudadas por lo que Milei llama “la casta”, construyendo una maraña infinita de regulaciones para garantizarse la caza en el zoológico. Como el relato es atractivo (todos pagan sus deudas), hay conformidad y optimismo esperanzado. No se dan cuenta de que al no haber producción de riqueza nueva se van empobreciendo. Así como en el cuento del billete hay un elemento que atrapa la atención. En la realidad política y social esto también se da. Es lo que se llama “relato”. Una narrativa que desvía el foco y, si está bien construida, genera una ilusión. Así es como crece la pobreza en nombre de la representación de los pobres o se derrumba la educación pública en manos de quienes dicen defenderla y promoverla.
Existe una clave cultural profunda para entender esta lógica perversa. Está cifrada en la “Parábola del hijo pródigo” del Evangelio de Lucas, capítulo 15, versículos 11-32. Un hijo exige a su padre su parte de la herencia, se marcha y la dilapida en juego y mujeres. Cuando se acaba la plata vuelve arrepentido a la casa de su padre. En ese tiempo el otro hijo ha trabajado de sol a sol, produciendo. Cuando el descarriado regresa, el padre feliz por su retorno hace carnear un animal y organiza un festejo. Valora el arrepentimiento. Al volver ese día a su casa el hijo trabajador se encuentra con la fiesta. Le recrimina al padre que mientras él trabajaba nunca hubo un festejo para celebrar la producción. El padre replica que todo lo suyo le pertenece por ser tan trabajador y que la celebración es por el hijo que habiendo muerto ha retornado a la vida arrepentido. Las interpretaciones de la célebre parábola apuntan al valor de la misericordia y del arrepentimiento. El relato pasa de largo del esfuerzo, la lealtad y la producción. El premio lo recibe el descarriado por arrepentirse, pero no el trabajador por trabajar y producir. ¿Qué sucedería con el negocio paterno si el segundo hijo en vez recriminar al padre se va a trabajar a otro lado y vuelca su esfuerzo donde es reconocido? ¿El padre junto al hijo juerguista arrepentido podrán mantener el nivel productivo? ¿Cómo afecta a la fortuna familiar la parte dilapidada por el descarriado?
Quizás la clave esté en una bella palabra castellana relacionada con la parábola que sintetiza el modo de existencia argentino: “prodigalidad”. El diccionario de la Real Academia Española la define: “Profusión, desperdicio, consumo de la propia hacienda, gastando excesivamente.” Es decir, en criollo, un concepto que hoy parece estar de moda y ser curiosamente (y de manera sospechosa) asumido por la mayoría: no hay que gastar más de lo que se tiene. Es decir, en términos públicos y estatales, no gastar más de lo que ingresa, para tener equilibro fiscal.
¿Cómo se desentrañan el cuento inicial, la parábola bíblica y la cuenta del fisco? Comprendiendo que hay algo escondido, no dicho, oculto que se mantiene así por obra y gracia de la ilusión creada por la desviación de la atención. Es decir, usando el mecanismo del ilusionista: atraer la mirada del observador mientras se fragua el truco por otro lado. ¿Dónde está esa zona oscura? En el caso argentino, en la maraña de regulaciones con nombre y apellido para favorecer a particulares o a grupos que intenta desentrañar el ministro Federico Sturzenegger con el apoyo político del presidente Milei. Mientras, el primer mandatario está centrado en la macroeconomía, buscando destrabar el candado que la enferma, haciéndola deficitaria y por lo tanto inflacionaria. Por desgracia, desde el inicio la agenda desreguladora se enflaqueció. Hay esperanzas de que en el futuro se retomen muchos temas pendientes. Algunos, como el sindical, ya están mostrando ser esenciales si se miran conflictos como el aeronáutico. ¿Es posible que todas las corporaciones, incluso las más poderosas y arruinadoras del país, caigan bajo la motosierra? ¿O son demasiado poderosas y tienen blindaje? La clave está en el poder que pueda acumular Milei merced a su lucha antiinflacionaria en primer lugar y a la economía productiva que logre después. La segunda etapa todavía es un enigma.
Por eso se podría postular que la gran división hoy no es sólo entre las fuerzas del cielo y las corporaciones populistas que han gobernado décadas. Sino entre una receta que ya llevó al fracaso y una que no se sabe muy bien a dónde conduce. Sobre todo porque la ejecución y el timonel son a veces tan estrambóticos que es difícil seguirlos en todo. Además, el cambio es tan profundo, de tanta ruptura que explica el porqué de la resistencia de quienes han vivido del esquema imperante. Una economía que distribuye (mal) una riqueza decreciente conduce al presente argentino. Lo que está en marcha apunta, al menos, a romper ese círculo vicioso.
El enigma del cuento inicial es simple. Los cien dólares son sólo un distractor para atraer la atención del observador. Podrían no estar. Lo que sucede es una simple compensación de deudas en cadena entre los protagonistas acreedores y deudores. Se podría haber hecho sin el billete. La felicidad de muchos sin generar riqueza es un argumento para chiflados.
publicado en Mendoza Post, 22/9/2024
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