La semana pasada Jorge Fontevecchia escribió en este periódico la columna ”It’s the politic, stupid”, en la que dijo que la economía no es todo, es apenas una consecuencia de la política. Afirmó que es imposible realizar una transformación profunda sin diálogo y sin procurar un consenso porque los únicos cambios sustentables en países que salieron de sus crisis, desde Israel hasta España, pasando por Brasil, fueron con acuerdos entre oficialismo y oposición. Los inversores y el mundo no quieren que cambie un presidente, sino que cambie la Argentina en su conjunto, y para eso es indispensable un acuerdo.
Fontevecchia recordó una frase del consultor norteamericano James Carville: “Es la economía, estúpido”, para señalar que Milei está obsesionado con la economía, que es solo un aspecto de la realidad. Hay que aclarar que la economía de la que habló Carville no fue la macro.
En enero de 1993, cuando se inauguró el gobierno de Clinton, se celebró en Crystal City el congreso anual de la American Association of Political Consultants, en el que, en una larga exposición, Carville explicó la estrategia electoral del presidente. La exposición provocó un giro en la consultoría norteamericana que desde entonces dio menos importancia al mensaje épico, para valorar la vida cotidiana de los electores.
Bush filmó spots invocando al patriotismo, en que aparecía en el mar, siendo rescatado cuando su avión fue derribado en la guerra mundial. Los demócratas hicieron una campaña dirigida a targets concretos, hablándoles de sus inquietudes cotidianas. Nunca hubo un candidato norteamericano, ni de ningún país importante, que enarbole la bandera del déficit cero. La economía a la que se refería Carville era la de los jubilados, de los desempleados, de quienes tenían dificultades para comprar sus alimentos.
Para realizar un cambio perdurable es necesario un amplio acuerdo político sobre temas fundamentales que presente a la Argentina como un país estable ante los inversores y la comunidad internacional. No produce confianza un equilibrio fiscal que se mantiene porque el Presidente veta las leyes que aprueba el Congreso, y compra diputados para conseguir una minoría que impida la insistencia en la ley.
Tal vez sea necesario torcer voluntades con métodos poco convencionales, pero eso no asegura la estabilidad. El que se vende se revende. Sigue vigente la frase de Tsun Tzu, adaptada a la civilización contemporánea: a los traidores, hay que sacarles todo el provecho que se pueda rápidamente, y después ejecutarlos.
Milei no tiene una estructura partidaria que lo apoye, ni sectores influyentes que estén comprometidos con su proyecto. Su triunfo fue un acontecimiento que dividió y debilitó todo lo que existía. Moderadamente queda en pie la Iglesia católica, que está en la oposición. Bergoglio apoya abiertamente a Maduro en Venezuela, discretamente a Ortega en Nicaragua, a Putin en Crimea y el fortalecimiento del islam en Europa.
Esta semana se tomó fotos con una importante delegación de dirigentes sindicales, para apoyar su próximo enfrentamiento con el Gobierno. Sabe lo que valen las imágenes. Realizó la denuncia de un supuesto caso de corrupción del gobierno de Milei, sin pruebas, al estilo de todo dirigente político irresponsable. Antes, posó para un comercial de uno de los principales enemigos de Milei, el sindicato de Aerolíneas Argentinas. ¿Se le ha visto alguna vez reunido con la cúpula sindical de otro país que va a enfrentar a su gobierno? ¿Ha aparecido alguna vez en comerciales de American Airlines o de Copa? ¿Cuántas veces ha denunciado la corrupción de presidentes como Maduro, que tiene una orden internacional de captura por narcotraficante? Denunció la brutal represión del gobierno argentino contra manifestantes y no ha protestado, como debía, por la persecución de la dictadura de Nicaragua a la Iglesia católica. Su militancia política en lo que llaman izquierda es evidente y se a enfrentar a Milei. Sus funcionarios no pierden ocasión para atacarlo en las ceremonias religiosas y para desestabilizar a un gobierno elegido por el pueblo.
Más allá de la importancia de la política, analizada por Fontevecchia, hay algo que determina el éxito o el fracaso de un gobierno en la era del internet: la opinión de la gente interconectada. A pesar de ser un león solitario, Milei ha mantenido su popularidad porque sabe usar las herramientas contemporáneas para hacer política.
Con una buena estrategia de comunicación, ganó las elecciones y ha gozado de un prolongado respaldo popular. Es un comunicador excepcional para estos tiempos. Guste o no, la política es cada vez más un espectáculo y Milei ha sabido manejarlo, como pocos dirigentes en el continente.
Su fuerza se ha sustentado en dos elementos: su autenticidad y su ser distinto de los demás políticos. Cuando sus opositores lo criticaron por lo que hacía y decía acerca de su vida y de sus perros, dieron más argumentos para fortalecer el respaldo de muchos argentinos que están cansados del pasado y no querían que el nuevo presidente se pareciera a los anteriores.
Milei comunicó vida, fuerza, optimismo, hizo soñar con que la libertad avanzaba a un electorado cansado del discurso aburrido. Llenó el Luna Park porque anunció que iba a cantar, no porque conversaría con otros economistas sobre las ideas de unos teóricos del siglo XIX. Esa discusión aburrió a todos y desinfló a la audiencia.
La imagen de los políticos frescos y nuevos que llegan al poder suele deteriorarse con las tonterías del palacio. Los presidentes pierden el contacto con la gente y su sensibilidad, alentados por la prepotencia y los adulos de sus colaboradores. Pasa con casi todos los presidentes, es lo que Owen llamó el síndrome de hubrys.
El tema de impedir que los jubilados reciban una mínima suma es delicado. Enciende pasiones que no surgen de opiniones, sino de actitudes implantadas en el cerebro de los primates hace miles de años. Cuando he dialogado con presidentes que iban a tomar medidas que afectaban a los adultos mayores, les pedí que lean el libro El bonobo y los diez mandamientos, de Frans de Waal, que demuestra la preocupación de nuestros primos simios por los ancianos. Los cuidan, les dan comida, les llevan agua, están atentos a sus necesidades. Cuando vamos por la calle y vemos a un joven que golpea a un viejo, instintivamente tendemos a ayudar al último. Son impulsos que surgen del fondo de nuestra percepción de la realidad, anteriores a la existencia de la especie.
Es imposible de explicar un veto al magro incremento de los ingresos de los jubilados, cuando todos sienten que los precios de los alimentos y las medicinas suben de manera descontrolada. ¿A quién le importa el déficit cero si se sabe que por conseguirlo un jubilado se ha suicidado porque no pudo pagar el arriendo?
Los errores de comunicación vinculados al veto fueron serios. No se debió organizar, con bombos y platillos, un asado en homenaje a los diputados que bloquearon el aumento de la jubilación, sonó a reírse del hambre de los más vulnerables. Fue peor armar una comedia en la que altos funcionarios, diputados oficialistas y recién adquiridos, pagaban veinte mil pesos por una cena que parecía costar diez veces más. Fue todavía peor filmar la cola de personalidades que cuando pagaban por la cena, un empleado les pedía su documento de identidad, lo que evidenciaba la farsa. Si un empleado de la residencia de Olivos no reconoce a los principales funcionarios del Gobierno o duda de su palabra, debe irse inmediatamente. Son los típicos engaños de la vieja política, que golpean la línea de flotación de Milei: su autenticidad.
El anunciado veto en contra del presupuesto para la educación será un nuevo golpe para el Gobierno. La mayoría de los argentinos quiere universidades para sus hijos, porque son instituciones que han jugado un rol fundamental en la movilidad social del país.
Los estrategas del Gobierno necesitan hacer un análisis objetivo para conocer las fortalezas y las debilidades de su imagen en este momento. Es peligroso caer en el síndrome de hubrys, suponer que el poder será eterno, que se debe repetir indefinidamente lo que se hizo hasta aquí con éxito. Vivimos una sociedad líquida en la que todo es fugaz. La agresividad y el insulto como arma de uso frecuente tienen límites. El rostro agrio de Trump le hizo perder el último debate, frente a una Kamala Harris que lucía fresca, agradable, optimista. La derrota del republicano fue tan brutal, que se corrió de cualquier nuevo debate, gesto negativo de debilidad para quien siempre ha atacado y ha ido para adelante.
Como lo estudiamos en la universidad, existe una estrategia para manejar la agenda de los medios, que consiste en provocar escándalos que dan rating, para que se alejen de los problemas de la gente. Siempre tiene más rating un elfo, que unos señores que aburren hablando de economía.
A determinados periodistas y al público les encanta meterse entre las sábanas de los famosos. En la sociedad de la red se perdió la privacidad y, desgraciadamente, los chismes de parejas despechadas o chantajistas atraen más que el análisis de la realidad. Llevamos más de cuarenta años estudiando estos temas. En circunstancias como esta, es necesario superar los lamentos de la corte, analizar con frialdad lo que ocurre, tener una estrategia para superar la crisis. Es indispensable lo menos frecuente: pensar.
publicado en Perfil, 22/9/2024
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