Todo arranca con expectativas que se frustran, no porque alguien quiera perjudicar al país, o a su gobierno, sino porque se basan en entusiasmos injustificados y evaluaciones incorrectas. Y cuando el desajuste entre los sueños y las realidades queda en evidencia, se pasa a buscar culpables, en vez de revisar y moderar esos deseos desbordantes.
Los libertarios no querían que les pasara como a Alberto Fernández, dos años atrás, cuando la Selección ganó e ignoró supinamente al gobierno, dejándolo por completo fuera de los festejos. Así que intentaron darle acogida a algún festejo popular, cualquiera fuera. Y cuando eso no funcionó, quisieron sobreactuar “messismo” y “scalonetismo” en las redes, de cualquier forma y con la excusa que se les presentara.
¿Y qué ocasión se les presentó y aprovecharon a los apurones? La peor que cabía esperar: defender cantos xenófobos y homofóbicos de los que el propio responsable ya se había arrepentido y disculpado, consciente de que los iba a pagar frente a sus compañeros de equipo, sus empleadores y puede que también sus simpatizantes.
Es que cantos del tenor que se le ocurrió difundir a Enzo Fernández se pueden escuchar en las tribunas de muchos países, pero en Europa se suelen castigar, incluso a costa de las finanzas de los clubes y las de los jugadores, si estos quedan involucrados. Nuestra cultura de cancha está, en esto, como en otros rubros bastante más peligrosos, por caso la violencia entre las hinchadas y las complicidades mafiosas, muy atrasada.
Y la de nuestra dirigencia política, ni hablemos. Lo dejó ver Victoria Villarruel, que creyó era esa una imperdible oportunidad para sacar chapa de fanática futbolera. Y convirtió una ofensa contra algunos jugadores franceses en una diatriba delirante contra Francia como país y sociedad. Todo en nombre de “la argentinidad”.
Faltaba para redondear la idea que firmara con los lemas todavía hoy insuperables de la paranoia militarista que seguramente escuchó en su juventud: “somos derechos y humanos”, “Argentina es un modelo para el mundo”, “si afuera no lo quieren ver, peor para ellos”.
El Presidente, a través de su hermana Karina, se apuró a disculparse con el gobierno francés. En unos días se va a encontrar con Emmanuel Macron, una cita que ya suspendió el mes pasado y le permitirá participar de la inauguración de los Juegos Olímpicos en París. Cita que no tenía ningún sentido opacar con absurdas agresiones deportivas, historiográficas o políticas.
Pero eso no impidió que el propio Milei diera rienda suelta a su propia versión del delirio conspiranoico. En un terreno bastante más delicado: las resistencias que viene planteando el Fondo Monetario Internacional a firmar un nuevo programa con la Argentina y más todavía a conceder nuevos créditos al Gobierno para que él pueda evitar una nueva devaluación del peso.
Según la curiosa interpretación del Presidente hay gato encerrado en esas resistencias: estarían motivadas en un oscuro entendimiento entre el funcionario encargado de las tratativas, Rodrigo Valdés, jefe del departamento occidental del Fondo, que según Milei “tiene mala intención manifiesta, no quiere que le vaya bien a Argentina”, y el gobierno anterior.
En concreto, vinculó a Valdés con Sergio Massa, a quien es cierto que le perdonaron todo tipo de inconsistencias e incumplimientos durante el último año de gestión. Seguramente porque el organismo no quería quedar como el que empujaba a la Argentina al abismo.
Pero extraer de esta efectiva incoherencia, que a un gobierno que trata de hacer los deberes, combate el déficit fiscal, paga sus compromisos y pone orden en una economía desquiciada, el FMI le exige mucho más de lo que le exigió a una administración por completo irresponsable, que mintió alevosamente en todo lo que firmó e hizo, tanto con sus cuentas como en sus relaciones externas, que hay un plan oscuro para jorobar al gobierno actual y al país, es no solo delirante, sino inconducente para llevar a buen puerto las negociaciones en curso.
Y encima no tiene nada de original. Ya en el pasado se dieron situaciones de este tipo, durante gobiernos con los que a Milei no le gustaría que comparen al suyo. Por caso, hubo discusiones casi calcadas durante la presidencia de Raúl Alfonsín, y de nuevo en la de Néstor Kirchner. Ambos quisieron remover objeciones técnicas del staff del Fondo, por ejemplo, sobre los números fiscales y la política cambiaria, corriendo a un costado a los funcionarios que las planteaban, y tratando de que el caso argentino recibiera un trato especial, más flexible, de las autoridades políticas del organismo.
Y lo peor fue que, tanto insistieron, que al final algo de eso consiguieron: como se hizo la vista gorda ante las inconsistencias de sus programas económicos, no hubo que esperar demasiado para que ellas saltaran a la luz, de la peor manera. Mejor le hubiera ido a esos presidentes, y seguro le hubiera ido mucho mejor a la Argentina, si la cantinela sobre la “animosidad” contra ellos y la “mala voluntad” con el país caía en saco roto. Esta es, finalmente, la mejor lección que podemos sacar de estos episodios: ojalá no se vuelva a echar mano nunca más a las fantasías paranoicas y las denuncias de supuestas conspiraciones antinacionales con las que solemos entusiasmarnos; pero si algún político lo hace, ojalá, al menos afuera nadie les dé bolilla.
publicado en TN. 21/7/2024
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