Desde las elecciones de octubre, una cuestión de la que hablan todos los analistas es hasta qué punto Milei aceptará negociar acuerdos para aprobar en el Congreso sus reformas de segunda generación. Esos analistas confunden, en mi opinión, qué significa buscar esos acuerdos y cuál es el rol que desempeña el liderazgo de Milei.
En las naciones democráticas, la dinámica entre liderazgo y acuerdos políticos establece el tipo de gobernanza de la sociedad, la forma en que se desarrollan sus instituciones y la lucha por el poder. Por tanto, la clave consiste en preguntarnos cómo interactúan el liderazgo político y los acuerdos políticos. Para una nación desarrollada, la respuesta es sencilla: el sistema institucional está consolidado y brinda un marco estable de políticas de Estado, que permite la alternancia de fuerzas políticas diferentes sin el riesgo de alterar dicho marco institucional. Mi tesis, en cambio, es que la Argentina logró extensos períodos de progreso gracias a la combinación de un fuerte liderazgo político y el consenso tácito de las fuerzas opositoras y de la sociedad. La palabra clave acá es «tácito», en el sentido de opuesto a explícito o formalizado en acuerdos.
En nuestros ejemplos históricos de progreso no hubo consensos explícitos y acordados desde el inicio de un nuevo proceso político sino intensas luchas tras las cuales se imponía una nueva coalición de poder que era aceptada por la sociedad y el resto del sistema político. Ejemplos de estos períodos de hegemonía y consenso tácito en nuestra historia son la Generación del ’80 (1880–1916), liderado por Roca; el acuerdo conservador-radical (1916-1928), liderado por Yrigoyen; el primer trienio peronista (1946-1949), liderado por Perón; los primeros años del regreso de la democracia (1983-1987), liderado por Alfonsín; y la primera presidencia de Menem (1989-1995). En todos estos períodos, la sociedad argentina consintió que ejercieran la hegemonía del poder político sectores que, a pesar de constituir una parte de la opinión pública, representaban a grandes rasgos la voluntad social mayoritaria. Aún quienes no opinaban como el oficialismo de turno aceptaban o toleraban el rumbo de sus políticas. Estos períodos en general sucedieron a períodos de estancamiento prolongado tras los cuales el cuerpo social, agotado por luchas estériles o fracasos recurrentes, reclamaba un liderazgo político firme y con objetivos bien definidos.
De este breve análisis se extrae otra conclusión: en la Argentina la convergencia de liderazgo y acuerdos no se ha basado, ni se podrá basar, en gobiernos de coalición ni en pactos negociados entre pares: estas estrategias no funcionan y de hecho no se han intentado. Más allá de sus buenas intenciones, no deben confundirse el analista y el político tradicional. En nuestros días, el mandato popular privilegia el liderazgo fuerte de Milei, asociado a la búsqueda de consensos, pero partiendo desde su posición de liderazgo y de su programa de reformas.
Milei perdería sus chances de hacer transformaciones estructurales si pretendiera convertirse en un acuerdista al estilo de los Pactos de la Moncloa en la España pos-franquista o la Concertación chilena, para poner dos ejemplos citados por los politólogos argentinos. La realidad del país está muy alejada de esos ejemplos, debido a la fragmentación extrema del espacio político. Hoy no existen fuerzas políticas organizadas para intentar ese tipo de acuerdos. El PRO está digiriendo su pérdida de poder luego del mandato presidencial de Macri, el radicalismo está atravesando una larga agonía y el propio peronismo se encuentra dividido y con la necesidad de reconfigurar sus ideas anacrónicas y encontrar nuevos liderazgos. De modo que Milei es el único líder con un plan claro y estructurado. Es en parte por la inexistencia de partidos políticos que Milei está buscando apoyarse en los gobernadores, que no constituyen una fuerza orgánica nacional (como se observó en el flojo papel de Provincias Unidas en las elecciones), pero individualmente cuentan con legisladores que Milei necesita para sacar sus reformas.
Hegemonía y consenso
Si bien la historia nos enseña que un período de hegemonía y consenso tiene causas múltiples, para que el escenario potencial se transforme en actualidad social resulta imprescindible el liderazgo político. De otro modo, la oportunidad histórica se diluye y la frustración social aumenta peligrosamente.
En la Argentina actual no es posible prescindir del liderazgo de Milei, que no debe abandonar esa condición ante la presión de los que pretenden que negocie con quienes no son sus pares. Debe buscar acuerdos pero desde su posición de liderazgo. Y la clave es el consenso tácito de la mayoría de la sociedad, que Milei como líder supo interpretar pero también conducir.
Con esto quiero expresar que esta segunda etapa del gobierno de Milei está llamada a ser una conjunción de liderazgo fuerte y de acuerdismo estratégico, pero haciendo hincapié en el componente de liderazgo: sería un error pensar que por la necesidad de conseguir votos en el Congreso Milei abandone su rol esencial de líder de este momento histórico. A falta de interlocutores en la política partidaria, está obligado a jugar todo su liderazgo a favor de las reformas, aunque matizando instrumentalmente esa apuesta con negociaciones inteligentes con los gobernadores. Por su parte, los gobernadores no deberían pensar que pueden disputarle el liderazgo a Milei por contar con votos importantes en el Congreso.
El pensador vasco Daniel Innerarity es autor de una prolífica obra dedicada a estudiar la política en el siglo XXI. En su libro Una teoría de la democracia compleja, aporta un concepto fundamental que aqueja a las democracias complejas: “El principal problema de los sistemas políticos no es que tengan demasiado poder, sino que tienen demasiado poco, y se convierten así en algo demasiado vulnerable frente a las fuerzas sociales que solo persiguen sus intereses a corto plazo”.
Cabe preguntarse entonces, ¿cómo un líder político deberá impulsar el cambio, en beneficio de toda la población, superando estructuras usufructuadas por grupos de presión durante décadas? ¿A que herramientas políticas deberá apelar para lograr un cambio perdurable? Innerarity propone una democracia de negociación que no sea “el reino de los votos ni el reino de los vetos”, “que equilibra discusión y decisión, negociación y resolución, acuerdo y disenso”. Pero advierte: “Qué cantidad debe haber de lo uno y lo otro para que no haya ni bloqueos ni imposiciones es algo que depende de los asuntos que estén en juego y del momento histórico en que una sociedad se encuentre”. ¿En qué momento histórico se encuentra la sociedad argentina?
Innerarity nos hace reflexionar sobre el drama de la polarización, que nos ha hecho retroceder en los últimos 20 años. En este sentido, no dudo que estamos en un momento histórico que abre una gran oportunidad para dejar atrás la polarización que nos hundió en la pobreza y que existe un consenso tácito mayoritario para apoyar las reformas de Milei. Deseo recalcarlo: la polarización tiende a desaparecer en los períodos de hegemonía y consenso. La figura de Milei representa un liderazgo atípico e indescifrable para la política tradicional y los analistas ortodoxos. Visto en una perspectiva de largo plazo, el país necesita que Milei mantenga una fuerte dosis de liderazgo, para no desviarse del rumbo, y una dosis razonable de acuerdos, para no empantanarnos en los meandros barrosos del corporativismo argentino. Hoy está todo dado para que las reformas de segunda generación avancen porque existe la combinación virtuosa de un liderazgo político que sabe lo que el país necesita y un extendido consenso en la población. Si estas reformas se traducen en leyes habremos escapado de la polarización y confirmado que se ha iniciado una quinta trayectoria histórica.
publicado en Revista Seúl, 16/11/2025
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