«Yo no comulgo con este gobierno (de Milei), pero hay que tener la amplitud mental de ver cuestiones que puedan ser positivas para la industria. Es una locura el plantearse que te hayan ampliado derechos y tener temor a ese derecho. Yo creo que en 45 años de industria debo haber pagado varias paredes de Sadaic. Nos educamos con dos cosas: desde que nací tenía claro que algún día me iba a morir y que siempre iba a pagar los gravámenes más altos del mundo por la sociedad de gestión argentina. Bueno, eso se cayó. Después me voy a cuidar la salud, también».
Daniel Grinbak, productor artístico, sobre la desregulación de la cobranza de derechos de autor en la música
Cuando en noviembre de 2022 los autores de la historia de «Día cero» terminaron el guión de la miniserie estrenada hace unos días por Netflix, no podían saber lo que estaría sucediendo cuando llegara a la pantalla. Quizás no imaginaron que Donald Trump volvería a ser presidente de Estados Unidos o que Elon Musk fuera su funcionario estrella. Hoy la producción está a la cabeza de visiones en más de 80 países. Ya empezó la ronda de elogiadores y detractores, de buscadores de errores, de desmenuzadores de lo que sucede durante los 6 capítulos.
Curiosamente poco se ha hablado en estos días de lo que quizás sea su aspecto más relevante. Más allá del argumento y los mecanismos que los hacedores de miniseries han construido para atraer la atención del público, en muchos de los diálogos y situaciones se plantea una profunda reflexión sobre los mecanismos atemporales de la política. Esos que hoy parecen haber caducado a manos de jóvenes audaces y surfeadores de las redes sociales, siguen ahí inamovibles. Esta nueva ola conduce a que muchos líderes mundiales hagan cualquier burrada, sin importarles las consecuencias. Los guían mecanismos digitales que zarandean la realidad a su gusto. Pero lo real sigue palpitando al ritmo analógico. Se sostienen en sus, siempre provisorios, apoyos populares, conseguidos en ese berenjenal ilusorio que pone a disposición internet, donde ya no importa si algo es cierto o no. Importa su efecto en el público y hacia dónde lo mueve. De allí lo provisorio del movimiento y la creciente incertidumbre. En dos días, Trump le dijo «dictador» a Zelensky, después argumentó no acordarse de haberlo dicho y lo elogió y terminó por retarlo en público en el Salón Oval. Mientras los ucranianos siguen muriendo, Putin, que es siempre defendido por Maduro y Cristina Kirchner, ahora es protegido por el número 1 estadounidense. La «real politic» convertida en una ensalada de frutas a la vista de todos. Las sucesivas ilusiones digitales como telón de fondo de muertes de carne y hueso.
Robert De Niro es el plato fuerte de «Día cero». Encarna a un ex presidente, George Mullen, que es convocado por una presidenta negra, Evelyn Mitchell, personificada por Angela Basset. Mullen encabezará una comisión de emergencia con poderes extraordinarios porque un atentado cibernético ha matado a miles de ciudadanos de Estados Unidos. Se desata el caos y luego el miedo, cuando a todos les aparece en su celular una leyenda que indica que el ataque puede repetirse. En el pasado el miedo se construía con el rumor y tardaba en llegar si llegaba. Hoy se lo provoca con la «certeza» que inventan los celulares masivamente con un click. Mullen tiene para ofrecer prestigio y carisma. Ha sido presidente y declinó competir por un segundo mandato. La razón aparente ha sido la muerte de su hijo por sobredosis de drogas, aunque luego se revela que hay otros motivos que han sido ocultados porque socavarían su credibilidad. Duda en tomar la responsabilidad porque está retirado escribiendo sus memorias, pero al fin accede. Su presencia desata una intriga que pone en juego una enorme cantidad de personajes. Esa galería de tipos humanos resume la caótica sociedad actual, movida por redes sociales, confundida y anarquizada por figuras televisivas tóxicas, aprovechada por empresarios y políticos dispuestos a cualquier cosa para satisfacer sus intereses, asediada por una cantidad infinita de armas digitales aptas para sembrar el temor social, etcétera. Es decir, un hombre solo, de otro tiempo, acompañado por un conjunto de especialistas en diversas áreas, se enfrenta a una realidad en la que lleva todas las de perder. El poderío de sus oponentes es abrumador. Su propia hija, Alex, que es senadora, lo increpa por representar al pasado en una escena esencial del telefilm. Y él la rebate diciendo que no existe ese ideal que ella pretende, que hay posibles, que el país es lo que es y no lo que ella querría y que las mejoras no se consiguen por los atajos, sino recorriendo los caminos adecuados. Mullen actúa con su caja de herramientas llena de antigüedades, como hacer lo correcto, aunque a veces se acerque peligrosamente a la ilegalidad, y tratar de buscar la verdad, con las limitaciones que le presentan sus propios pecados pasados. La presidenta Mitchell llega a decirle: «La gente confía en que usted hará lo correcto. Lo que diga será la verdad para ellos. La verdad es la verdad, pero no siempre es lo más importante.» El ex presidente, en cambio, está convencido de que muchas barreras se interponen entre su acción y la verdad, incluso sus propias debilidades y defectos (quizás sobre todo ellos) pero que su misión es no dejarse encandilar por los hechos aparentes, que a veces ocultan el camino hacia lo verdadero. Lesli Linka Glatter, la directora, declaró que la miniserie trata sobre buscar «la verdad en la época de la postverdad». Curiosamente, «Día cero», en el tiempo del caos digital, recurre al aparentemente arcaico mundo analógico para encontrar el modo mejor de gestionar las crisis. Internet es un medio, una herramienta, no un fin. Es así como Mullen para enfrentar al ejército cibernético que tiene enfrente le contrapone su búsqueda de la verdad fáctica. Frente a la advertencia de la presidenta Mitchell de que a veces la verdad no es lo más importante sino lo que alguien transmite aunque sea falso, él intenta hacer lo correcto para llegar a lo verdadero. Eso que el mundo de internet ha puesto en jaque hace tiempo y que marca la llegada de muchos líderes en el mundo. Para ellos lo verdadero es un escollo fácilmente superable. Sólo necesitan tipos osados y hábiles a su lado y una cuenta de X.
La actuación de De Niro en «Día cero» es impresionante. En muchos momentos clave no mueve un músculo de su cara, fijada por la directora en primer plano, y le habla al espectador con sus ojos. Una verdadera proeza. Lo consigue un enorme actor. En los ojos de los líderes reales es poco lo que se puede leer. Quizás porque poco o nada dicen. Lo cierto es que el gran hallazgo de la serie es la valoración de la política y del político profesional en serio. Ese que puede gestionar las crisis. Lo que se reflexiona en «Día cero» aplica a la Argentina y a cualquier país con dificultades. De ahí la importancia de ver estas obras de ficción como fuentes de inspiración. Para eso no hay que perderse en las formas cinematográficas y narrativas, sino bucear en el pensamiento que se cuela en ellas hacia el espectador.
El presidente Milei para configurar un mes horrible de errores no forzados terminó la semana con el escándalo de una resolución oficial que catalogaba a las personas con discapacidad mental como «idiotas», «imbéciles», «retardados», «débiles mentales», categorías en desuso y agraviantes. Uno de cada diez argentinos padece alguna discapacidad y tiene familia. El problema es que esas mismas caracterizaciones son usadas en las redes sociales por los ideólogos de la «batalla cultural» presidencial. Son los nostálgicos de volver a un mundo que ya no existe y que le hicieron relacionar en Davos a Milei la homosexualidad con la pedofilia, entre otras tonterías. Posiblemente quienes usaron las aberrantes definiciones en una resolución de Discapacidad se sobregiraron alentados por esas intervenciones. Porque, por desgracia, no importa quien escribió lo de Suiza, lo hizo suyo el presidente. Si a estos hechos se le suman el escándalo de las criptomonedas y la polémica por los nombramientos en la Corte Suprema, que no es sólo por el mecanismo sino por una postulación muy cuestionada, Ariel Lijo, se conforma un set de errores inconcebibles. Como mínimo se vislumbra que no hay un cuidado adecuado sobre el presidente. ¿Quién es el George Mullen de Milei? Parece no haberlo, sino que a su alrededor tiene símiles de los varios personajes cibercampeones que pululan en «Día cero». Todos terminan implicados en algo turbio o demolidos. Otra vez, ¿quién se ocupa de la agenda analógica de Milei? Es allí donde se producen los tiros en los pies y las respuestas son típicamente digitales: saltar aturdidos de un error a otro minimizando los daños. Los alienta la ilusión de que la economía en recuperación tapa todo. Son daños cuyo efecto no se verán en el momento, siguiendo la lógica de las redes sociales, pero que aflorarán todos juntos cuando haya un momento de debilidad en el que sea necesario no haber cometido tantas boberías. Ese momento, lo enseña la historia, llega siempre.
Mientras todo esto sucede, en la realidad analógica siguen sucediendo cosas ligadas a la marcha de la economía y a los procesos desregulatorios. Esta semana, por ejemplo, mientras la atención se dividía entre los incomprensibles ruidos en la Corte y la resolución de Discapacidad hecha por un conjunto de imbéciles (ellos sí lo son) puestos ahí por Milei, el empresario Daniel Grinbank decía cosas como las que encabezan esta página. Alguien que está en las antípodas del presidente reconocía una acción revolucionaria para la millonaria industria de la música. Pero también hubo novedades para la industria de la carne y la exportación del ganado en pie; para el cobro absurdo de derechos de autor musicales en fiestas privadas, cumpleaños, casamientos; para la certificación eléctrica de los electrodomésticos que se usan en las casas, por sólo dar tres casos recientes de aspectos que les llegan a todos los ciudadanos. En ese contexto, embarrar todo «difundiendo» criptomonedas dudosas y abriendo un posible caso de corrupción en las cercanías presidenciales, discriminar por la sexualidad, insultar a los discapacitados, insistir con un miembro de la Corte que es resistido masivamente es innecesario y muestra que los especialistas en redes, donde estos temas son efímeros, no saben que aunque no tengan efecto inmediato tanto desaguisado junto deja un sedimento pestilente. Además de que aparta a imprescindibles aliados, unos por unos temas otros por otros. Si el personaje de De Niro estuviera a cargo de proteger al presidente Milei nada de esto hubiera sucedido. El problema es que la sucesión de hechos ya hace difícil la defensa aún para quienes buscan proteger lo que está bien. No son sólo temas buenos mal ejecutados o deficientemente explicados. Son errores y malos pasos.
Robert De Niro nunca había hecho una miniserie para TV. Curiosamente en este proyecto no sólo aceptó trabajar sino que se implicó en la producción y estuvo en cada día de filmación. Declaró con enorme sabiduría: «Es como hacer tres largometrajes seguidos. Estuve en la mayor parte de la producción. Así que tuve que llevar un registro de todo, incluso de algo tan simple como saber las líneas. Lo comparo con estar en el Canal de la Mancha, nadando desde Francia hasta Inglaterra. Si miro atrás, no veo Francia; si miro hacia adelante, no veo Inglaterra. Tenía que seguir nadando, de lo contrario me hundiría.» La mirada es importante para los actores, pero también para los líderes políticos. De una buena mirada de quienes gobiernan depende la vida de muchos.
publicado en Mendoza Post, 2/3/2025
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