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Perdidos por el centro

Fabio Quetglas

Las elecciones del domingo pasado han dejado abundante “tela para cortar”. La alegría oficialista y la desazón de la oposición conviven con por lo menos 5 grandes cuestiones que merecen una atención particular: el “ausentismo intermitente”, el rol de la boleta única de papel, las divergencias entre los resultados nacionales y provinciales, la reconfiguración absoluta del polo de “derecha” y la insignificancia electoral en la que hemos caído los espacios políticos que pretendimos ofrecer una alternativa a la polarización, que podríamos denominar “de centro”.

La enorme mayoría de los estudios cuanti y cualitativos hechos en los últimos años muestran de manera constante que (al menos) un 25% de los argentinos no se sienten cómodos con la “grieta política”. Sin embargo, la suma de agrupaciones que se plantearon explícitamente romperla no alcanzó los 2 dígitos. En este punto, hay varias hipótesis posibles que explican tamaño fracaso.

Una posibilidad es que la propia división de la oferta la haya transformado en impotente. En concreto, si el centro político se hubiera organizado, con los elementos de que disponía, en una única oferta, podría haber sostenido el discurso de la despolarización. Pero habiendo transformado la elección en unas PASO de egos, el espacio se quedó sin la potencia necesaria para hacer creíble aquella promesa.

La segunda posibilidad, en línea con la primera, es la calidad de la oferta. La idea de un sistema político que brinde más alternativas es deseable siempre y cuando cada una de ellas agregue al debate público algo relevante. O dicho de otra manera, decir que “no somos K ni libertarios” no es suficiente para constituirse en una alternativa política. En ese sentido, fueron muy pocos los candidatos de centro que arriesgaron posicionamientos claros y diferenciados.

Una tercera hipótesis es el momento particular de la Argentina. En medio de una situación económica extremadamente frágil, de la que el electorado no responsabiliza principalmente al Gobierno, y frente a la nula autocrítica kirchnerista, se ha configurado un clima tenso en el que ha operado el temor a debilitar al oficialismo.

Otra cuestión es el clima de época en todo Occidente. Está muy claro que las democracias occidentales vienen mutando de la consensualidad y la lucha por el centro a la polarización y la tensión institucional. La Argentina no es una excepción. La política refleja de modo brutal un proceso de tribalización que las redes sociales alimentan, pero cuyos fundamentos son muy profundos.

Por último y lo más relevante: el centro político argentino no ha registrado con la suficiente claridad la valoración que la sociedad ha hecho del fracaso de los intentos “gradualistas” de reformas. El peso de los resultados negativos condiciona de manera extrema a quienes ahora proponen “hacerlo bien”. En la Argentina, un país tradicionalmente moderado en política, los reformismos del pasado reciente no han reformado casi nada y, por lo tanto, han vaciado de sentido su posicionamiento. Nos hemos transformado en un reformismo estéril, en un país ansioso por cambios profundos.

Con todo, la polarización cansa, la improvisación oficialista es inocultable, el fracaso kirchnerista categórico, y el país necesita alternativas que vayan más allá de la disciplina fiscal. La reconstrucción del centro político no es una tarea menor, y hay mucha agenda disponible para tomar distancia (con contenido) de quienes se retroalimentan en una disputa crecientemente peligrosa.

Ahora bien, una agenda del centro reformista, si de verdad quiere ser opción de poder, no puede ser una lista de buenos deseos. Un manejo presupuestario responsable, un alineamiento internacional claro y una mejor inserción económica global, y una definición estricta de cuáles son los bienes públicos prioritarios deben estar en la base de un nuevo contrato social y político.

Parece redundante señalarlo, pero los mismos actores, las mismas prácticas y la misma agenda no pueden constituir una novedad política relevante. No se trata de tirar la historia a la basura, sino de generar un programa político que dé cuenta de los dolores actuales de la sociedad argentina, empezando por la revisión del “estadocentrismo fallido” y proponer una reconstrucción creíble y sostenible del sector público. El centro no es un lugar para deambular sin norte, sino un espacio para hacerse cargo de organizar al país con responsabilidad y sentido.

publicado en La Nación, 1/11/2025

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