En la segunda oportunidad que el Presidente le ha dado a los demás actores políticos para sumarse a la nueva era que él está inaugurando -anunciada con bombos y platillos, Pacto de Mayo incluido, en la apertura de sesiones ordinarias del Congreso- no parece que los métodos vayan a ser muy distintos de los que usó durante el verano, y terminaron en una mutua frustración.
Simplemente porque el Presidente y su gente no creen tener nada que aprender de la anterior experiencia: los que tienen que aleccionar son los demás, y si no lo hacen, allá ellos.
Con esa máxima en la cabeza, el desprecio está asegurado. Desprecio a los riesgos que se toman, a las reacciones que se generan, a las complicaciones que no se prevén. Y la improvisación es la norma.
En la semana tuvimos varias muestras de eso. Empezando por la moción de dos nuevos miembros para la Corte Suprema, que cayeron como una bomba en las bancadas dialoguistas, de cuya buena voluntad el oficialismo depende para hacer avanzar trámites legislativos mucho más urgentes, como los que involucran a la nueva ley ómnibus, el impuesto a las ganancias y la actualización previsional.
A eso sumemos la intempestiva decisión de retirar de la discusión legislativa este último asunto y resolverlo por decreto, debido a la falta de acuerdo con varias de esas bancadas sobre qué hacer con el retraso acumulado en los últimos meses: el oficialismo una vez más cambia las reglas de juego y los temas y términos de la discusión, cuando los resultados no lo favorecen, como hizo con la primera ley ómnibus, y encima se enreda con soluciones transitorias, porque este nuevo decreto seguramente será impugnado en los tribunales y tarde o temprano el asunto volverá al Parlamento, para que se le busque una solución menos precaria.
Lo que hay que reconocer es que Milei ha hecho escuela en su equipo, y los funcionarios le siguen el paso. Algunos de ellos, con particular entusiasmo. Fue el caso estos días del ministro Luis Caputo, quien en un almuerzo con empresarios se despachó con toda una explicación doctrinaria sobre la gobernabilidad, y lo poco que supuestamente en ella influyen los demás actores organizados e institucionales, los que el Ejecutivo no controla, y de los que parece estar muy convencido que va a poder prescindir. No quedó del todo claro si entre esos actores actualmente prescindibles, se cuentan también las entidades empresarias, como la que había organizado el almuerzo.
Según Caputo, “la gobernabilidad” la asegura “el respaldo de la gente”, y como prueba de ello hizo la siguiente descripción de la situación actual: “Nos hacen huelga, nos voltean una ley, nos amenazan con no aprobar el DNU y dejar de vender petróleo, y miren los precios de los bonos en dólares en niveles récord… No es que no entendemos el juego de la política, es que no lo queremos jugar”. Dijo inspirarse en esta materia en Patricia Bullrich, que también días atrás, más precisamente a raíz del voto de rechazo al DNU 70/2023 en el Senado, había sido terminante: “No los necesitamos” les retrucó a los senadores. Sencillito.
El problema que así se alimenta es también bastante sencillo y fácil de entender: si el oficialismo sigue ignorando “el juego de la política” este no va a detenerse, sino que seguirá un curso también cada vez más indiferente a las necesidades oficiales. Y no tendrá sentido reprochárselo: alguna función van a querer cumplir los legisladores, si no es colaborando con el gobierno, será criticándolo y frenando sus iniciativas; y lo mismo sucederá con los gobernadores, que por una vía u otra buscarán mejorar sus ingresos, y con los sindicatos, y las entidades empresarias, y todo otro comensal habitual del “juego de la política”.
Si es también lo que le pasó estos días al Presidente con su vice. Detengámonos en este episodio en particular, porque nos brinda un buen ejemplo de los muchos problemas que el grupo gobernante se podría ahorrar, si fuera un poco menos soberbio y cerrado en su pretensión de actuar solo, y apostar a que los demás lo sigan, o se queden mirando desde el costado del camino.
Victoria Villarruel tuvo su propio episodio de inmersión en el “juego de la política”, inescapable por su rol institucional, con la sesión del Senado para tratar el famoso DNU. Y como se sabe, sufrió, además de una dura derrota en ese trámite, todo tipo de reproches y acusaciones de parte del entorno presidencial. Que ella y Milei parecieron querer dejar atrás con una larga conversación cara a cara poco después. Pero la cosa no quedó ahí, porque la vice a continuación brindó su primera entrevista televisiva en el ejercicio de su cargo, y la aprovechó para tomarse revancha, dejar en claro que no se iba a convertir en una figura decorativa, y explicitar públicamente al presidente todos y cada uno de los puntos de desacuerdo entre ellos: la nominación de Ariel Lijo a la Corte, la concesión de Seguridad y Defensa a Bullrich y su sector, el involucramiento de las Fuerzas Armadas en la lucha contra el narcotráfico, etc., etc. Y entre esos etcéteras está, claro, lo más importante de todo, el propio rol del Senado, que Villarruel insiste es un “poder que hay que hacer funcionar”, en vez de tratar de congelarlo, resignándose a no poder controlarlo. Tenemos, entonces, dos posturas muy diferentes en el oficialismo. Una, la de jugar el “juego de la política”, aprovechando las oportunidades que se presentan para que el resultado sea lo más acorde posible al programa de cambio. Otra, no perder el tiempo en esos trámites y concentrarse en los instrumentos que se controlan en forma directa. Esto último se ve que es lo que más le gusta al presidente, y lo que sus ministros más fieles y entusiastas, Caputo, Bullrich, etc., replican en sus áreas, y colaboran a justificar en el debate público. Va conduciéndolos a intentar gobernar solos, y a chocar una y otra vez con los demás actores institucionales. Y lo que es más absurdo de todo, los está llevando a chocar también con otros actores del propio oficialismo. Como si fueran tantos, y necesitaran hacerse de más enemigos.
publicado en TN, 24/3/2024
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