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La Universidad, una carta robada escondida a la vista de todos

Jaime Correas

“Jamás se le ocurrió como probable o posible que el ministro hubiera dejado la carta delante de las narices del mundo entero, a fin de impedir mejor que una parte del mundo pudiera verla”.

Edgar Allan Poe, “La carta robada”

“Nada es para la sabiduría más odioso que la excesiva agudeza”.

Séneca

La crítica literaria concuerda en atribuir la paternidad del género policial al escritor estadounidense Edgar Allan Poe (1809-1849). Hace foco en su trilogía de cuentos protagonizados por el detective Auguste Dupin:“Los crímenes de la calle Morgue” (1841), “El misterio de Marie Rogêt” (1842-43) y “La carta robada” (1844). Esta última pequeña obra maestra deja algunas enseñanzas imperecederas. La primera: para anticipar las actitudes humanas hay que analizar al otro desde una sagaz percepción de su inteligencia. Anticipar lo que el otro hará pensando en él con agudeza y sin prejuicios propios. Además, Poe inmortalizó aquello de que el mejor modo de esconder algo es ponerlo a la vista de todos. En el cuento lo hace con una sutil trama en la que un ministro ha robado una carta de una habitación de la realeza. La pieza es usada para extorsionar. El robado ha visto al ladrón pero no puede denunciarlo porque el contenido del escrito lo compromete. El enigma es cómo recuperar el papel. Encarga a un prefecto que recupere la carta, pero fracasa. El prefecto recurre entonces a Dupin, quien no acepta tomar el caso pero le da un catálogo de las acciones que puede hacer. El encargado de encontrar la carta desarrolla sofisticadas operaciones pero sólo suma fracasos. Regresa a Dupin y le ofrece una gran recompensa si lo ayuda. El detective acepta y recibe de inmediato su paga porque a renglón seguido entrega la carta que ya ha rescatado. Al relatar cómo ha hecho dice: “Tan pronto hube visto dicha carta, me di cuenta de que era la que buscaba. Por cierto que su apariencia difería completamente de la minuciosa descripción que nos había leído el prefecto”. Dupin, quien es el padre de los detectives de ficción, de Sherlock Holmes a Hércules Poirot, había entrado a la casa del ministro. Luego urdió una ingeniosa estrategia para que lo dejaran solo y poder actuar. Mirando a su alrededor, no demoró mucho en detectar en un viejo tarjetero sobre una chimenea una carta ajada que había estado siempre a la vista de quienes la buscaban. Mientras el prefecto hacía sofisticadas búsquedas en los lugares más insospechados, allí estaba la carta. Dupin explica que el ministro sabía que el prefecto era un hombre sagaz y por lo tanto iba a usar sofisticados métodos. Descontaba que iba a pensar en un escondite muy ingenioso. Por eso recurrió a lo contrario y dejó la carta a simple vista, previendo que no la iban a ver. Acertó, pero no pudo prever a Dupin, que sí resolvió el enigma.

Los mecanismos revelados por el cuento de Poe en los inicios del género policial son muy útiles para enfrentar el análisis del actual conflicto por el financiamiento universitario. Se requiere de miradas a lo Dupin porque las sofisticadas estrategias de unos y otros, para atacarse mutuamente, no dejan ver lo que está a la vista, como la carta robada, y que es lo más trascendente. Son tan encontrados los argumentos que se disparan de cada lado que constituyen una cuenta de suma cero, donde queda poco espacio para la reflexión crítica de las partes y mucho menos para la mejoría del sistema universitario. Unos parecen querer dejar todo tal cual está en la medida en que se recompongan sus salarios, como antes en abril se recompuso el gasto en funcionamiento. Los otros parecen querer demoler lo existente como modo de hacerlo funcionar mejor. De un lado, justificación tras justificación, hasta de lo injustificable, con mucho de sentimental y escasas evidencias sistémicas. Del otro, acumulación de argumentos negativos sin observación y reconocimiento de lo mucho positivo. En ambos lados faltan propuestas de cambio basadas en evidencias. Por ahora sólo hay denuncias cruzadas y es difícil imaginar otra cosa cada día que pasa. La parte positiva es que más allá de esta situación, ha salido a la luz una problemática tapada durante años. No se discutía, y hoy hay una oportunidad de hacerlo, el papel concreto de la universidad en el desarrollo nacional a través de su participación en el sistema educativo. Para ello es imprescindible analizar no sólo el gasto, sino sobre todo la calidad de la inversión. Es decir, no sólo lo que mostraría una auditoría, sino mucho más, el modo efectivo en que se invierte. Falta evaluar con certeza el impacto del dinero. Y para hacer esto hay que estar dispuesto a revisar todos los dogmas cuasi religiosos, incluso los más profundos: como gratuidad e ingreso irrestricto. Incluso habría que replantearse pasado un siglo, cómo sería hoy la autonomía.

Se pueden esbozar algunas consideraciones para contribuir al inicio de ese proceso de revisión. Un primer punto sería contar con información de calidad de todo el sistema para evitar discusiones estériles. Por ejemplo, el sistema Siu Guaraní, donde se inscriben los alumnos, ha revelado un dramático cono de sombras. Según información que nadie pone en dudas hay un 38,4% de alumnos bajo el rubro “sin información sobre materias”. En este contexto en vez de bucear qué significa esto empezó una guerra cruzada semántica sobre si esos alumnos son “fantasmas” o no, donde se pierde de vista lo principal. Si casi 4 de cada 10 alumnos no tienen información en el sistema (que ellos mismos alimentan) quiere decir que es un sistema altamente deficiente para seguir lo que está ocurriendo. Y por lo tanto para poder tomar decisiones de calidad. No es lo mismo atender los requerimientos educativos de 10 alumnos que de 6. Y la situación se agrava porque hay 21% de estudiantes con 1 materia o menos rendida. Quiere decir que están virtualmente fuera del sistema, según la normativa vigente. Esto lleva a considerar la posibilidad de tener sólo el 40% de los alumnos bien encaminados, produciendo una inversión muy alta con un impacto bajísimo. Sucede hace años y recién ahora se advierte. En tiempos de restricción presupuestaria debería llevar a un profundo análisis y a la suplantación del Siu Guaraní por un sistema que le permita a las universidades y al estado nacional tener una radiografía de situación en tiempo real. En la época de la inteligencia artificial es sugestivo que no exista. Todo el sistema educativo, desde el jardincito a la universidad se asienta en un opaco sistema de información. Es lo que permite y camufla las peores cosas y lo que explica por qué ciertos protagonistas favorecen que no exista información inobjetable. De ese mal funcionamiento depende su subsistencia. Les permite con facilidad embarrar la cancha en nombre de “la educación pública” o de la “defensa de los más desprotegidos”. La verdad es que la educación pública ha sido demolida en nombre de su defensa y los más desprotegidos son los más perjudicados, mientras se los usa como escudo. Cualquier dato educativo negativo para los más pobres se acrecienta en los datos universitarios. Esto es un ejemplo de “carta robada” a la vista de todos que nadie parece ver.

Con respecto al dogma de la gratuidad absoluta hay ejemplos muy cercanos para discutir y evaluar. El sistema ha crecido enormemente en matrícula por los ingresantes, mientras sigue con números bajísimos de graduados. Hay temas que requieren desempolvar los prejuicios. Frente a la falsedad de la gratuidad de la educación universitaria, porque nada es gratis, alguien paga, hay que revisar  las fuentes del financiamiento. Por desgracia se abren debates estériles como el de los alumnos extranjeros que en un sistema ordenado se arreglaría en minutos y no se observan experiencias cercanas como la uruguaya, que plantea un sistema de becas para quienes no pueden pagar con el aporte de los graduados durante un tiempo de su vida profesional. O el chileno que acaba de anunciar el presidente Gabriel Boric. Vale la pena recordar que llegó a la presidencia por su carrera como dirigente estudiantil. Se recibió de abogado, pero nunca se pudo matricular porque reprobó su examen y no hizo su tesis. Otro tema para analizar: en la Argentina estaría ejerciendo. En Chile tuvo que rendir y el mal resultado lo volcó a la política. El derecho no debe haber perdido mucho y la vida pública consiguió un gobernante que se está ocupando de un tema que conoce como pocos. Y lo está haciendo lejos de las consignas que gritaba en la calle. Lo cierto es que a cargo del poder ejecutivo el volcánico dirigente estudiantil ha devenido en un gobernante razonable que ha planteado un sistema para desendeudar a los que se habían endeudado para estudiar. Está usando criterios ecuánimes, proporcionales al cumplimiento, meritocráticos. Pero además planteó las bases para un sistema que apunta a la gratuidad para quienes no puedan pagar, difiriendo el pago como en Uruguay par después de la graduación y con pago pleno para quienes puedan hacerlo. Pura razonabilidad. El tiempo dirá cómo le fue al abogado fallido que se animó a ir a fondo. Mientras, uruguayos y chilenos mejoran, la Argentina está estancada en sus prejuicios hace años. Otra “carta robada” a la vista de todos, porque hay modos de mejorar el financiamiento aun cuando haya que desempolvar dogmas.

Un grupo de estudiosos hizo en estos días “minería de datos” en los anuarios universitarios y encontró algunas curiosidades a la vista de todos, más “cartas robadas”. Una simple muestra entre centenas que están hallando y que pronto pondrán a consideración de la deliberación pública: la Universidad de Lomas de Zamora tiene 40.871 alumnos y 4.553 profesores, mientras que la de Salta con 42.717 alumnos tiene apenas 2.491 profesores. Estas cifras hacen juego con la polémica fallida del rector de Rosario con Milei. El rector Franco Bartolacci informó en televisión que su universidad tiene 10.500 empleados entre personal docente y no docente, para más de 85 mil estudiantes de grado. Milei se equivocó en la cuenta y dijo que era un alumno cada 8 empleados. Y allí quedó la discusión, en el evidente error de Milei. La cifra de 8 alumnos por empleado es malísima. Para colmo horas después tomó estado público que el rector rosarino tiene un chofer con un contrato de varios millones, lo cual empantanó aún más la discusión. Más cartas robadas a la vista de todos. Son miles.

Frente a este tipo de datos, que son en general muy malos para el sistema universitario, los análisis se bloquean en la autojustificación con escasas evidencias. Se utilizan anécdotas para hacer generalizaciones. La realidad es mucha matrícula con dudoso uso efectivo del sistema, bajísima graduación, es decir mucha inversión para un magro resultado (los modos de justificar esto ofenden la inteligencia), incierta información sobre en qué carreras se produce la poca graduación y si son las prioritarias para el país o se invierte mucho en formar profesiones que no se necesitan.

En síntesis, muchas cartas robadas a la vista de todos. Mientras tanto, de un lado ven casi todo bien y del otro lado casi todo mal. Lo cierto es que los resultados universitarios para el sistema educativo y para el crecimiento del país están lejos de ser los esperables. El consuelo es que ahora hay una discusión que antes no existía.

publicado en Mendoza Post, 13/10/2024

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